La imposible identificación del analista y la Escuela

Por: Piedad Ortega de Spurrier
Reunión de Escuela – 18 de junio de 2021

La formación que la Escuela dispensa a través de los diversos dispositivos que ofrece y que cada uno trasmite  a su manera, debido al camino de formación que se anuda para cada uno, también a su manera. Esta forma puede desconcertar a aquel que llega con una demanda a la Escuela y que, al no haber “formación tipo” no puede más que responder con una pregunta que remite al interesado a su propia búsqueda, porque la escuela bien sabe que no tiene una respuesta en razón de que “no-hay el analista”.

En consecuencia, el interesado en la Escuela puede encontrarse “desorientado”, pero la Escuela sabe que lo que si tiene es una orientación: sabe que “no hay el analista”,  ni el Otro de la garantía, ni el Otro consistente de la “Escuela (Giraldo 2020) es decir, no ofrece garantías, la única que puede ofrecer es el trabajo arduo de sostener el S A. Si bien es cierto no podemos desconocer el trípode freudiano: análisis, control y estudio de textos. Miller en un certero movimiento de timón hacia el Congreso de Bruselas (2019) señala que nada había quedado en su lugar en torno a pensar la formación  del analista, siempre a verificarse en acto y sus consecuencias. Es esa pregunta que se cristalizó en una reunión de miembros de nuestra sede con cuatro miembros del consejo Federativo que produjo en mi un deseo de escribir algo sobre la formación del analista en nuestra sede, a sabiendas que existe un vacío en la definición del analista, como señala Laurent (1986).

Formación del analista

Nada más ajeno en nuestra Escuela a lo que se espera de una asociación, entonces ¿Por qué alguien quisiera acercarse a la Escuela? Las respuestas son múltiples pero sin duda, para un buen número de interesados, una frase pequeña o grande que consonó con su inconsciente, un texto hubo de haber tocado algo ¿del cuerpo? Algo que aunque sea por un instante hizo vacilar su vida y su conocimiento, como para que un saber rector de su existencia se haya movilizado y se haya dirigido, aunque se diga “por curiosidad” a la Escuela adjudicándole  un saber que se cree que la Escuela tiene.

Sin duda la Escuela tiene algunos saberes, sin desconocer la docta ignorancia al plantearse “las limitaciones de las facultades naturales del conocimiento”, frente a lo cual San Agustín, San Buenaventura y fundamentalmente, Nicolás de Cusa planteaban como esencial la actitud prudente del sabio, ante los problemas del universo. Interesante posición porque en el centro del psicoanálisis existe un saber que no se sabe, más aun, que existe un imposible de saber que se hace evidente en la experiencia analítica a leérsela en la lógica del no-todo que produce la caída del Otro de la demanda y del SsS puesto en el analista y por ende en la Escuela que también sabe que frente a ese agujero en el saber, solo lo que cabe es una invención, cada vez que sea necesaria para sostener el porvenir del Psicoanálisis del que tampoco se sabe y por supuesto la existencia de la Escuela que deberá preservar ese agujero para inventarse cada vez nuevas soluciones, sostener el interrogante siempre abierto sobre la formación del analista y alojar a aquellos que se interesan por esas vías en una inmersión prolongada y exigente, como señala Miller, ahora se ha reavivada por el sesgo de una formación que tome en consideración las consecuencias de un deseo inédito, del acto analítico la transmisión de una práctica en la Escuela y más allá de ella, para evaluar sus consecuencias. ¿Estamos dispuestos a ello? Que sirva esto como una introducción a pensar este nuevo momento de la Escuela, teniendo como tela de fondo para la próxima vez, el seminario de Política Lacaniana # 6 “El acto entre intención y consecuencia” de Miller (1997-98).  

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