«Tratamiento de una queja femenina en la clínica»
“El psicoanálisis no puede ser solo un lugar de escucha, sino un lugar de respuesta que transforme el parloteo, la queja femenina”. Esta es la valiosa indicación clínica a la que llega José Fernando Velásquez en esta contribución que generosamente envía para el blog de la NEL. Muestra cómo, en transferencia puede servirse de una queja que apunta al menos que suele caracterizar la posición femenina, para que, respondiendo a esa “vacuidad esencial” como la llama Miller, pueda hacer algo con ella.
Mónica Febres Cordero de Espinel
Por: José Fernando Velásquez.
“La mujer deberá luchar para ganarse lo que quiere, el hombre no”, “Los hombres solo quieren sexo”, “ningún hombre me ha hecho feliz aunque les he dado todo”, ¿Cómo podía estar siempre cansado si nunca hacía nada?” Estos son algunos enunciados de una mujer joven, además profesional exitosa, que incluye como motivo de consulta. Quejas que identifican a un colectivo de aquellas que padecen de lo mismo, y tienen un enemigo común: el hombre. Nada diferente de otras que vienen quejándose bajo el significante de “mujer maltratada”.
No es sin el uso del falo que muchas mujeres se acercan al análisis. El significante es el que les devuelve una posición de identificadas al resto de las mujeres, como si hicieran conjunto, como algo que resulta necesario para presentarse en la dimensión de la normalidad: la privación de un hombre que les de lo que demandan, y hasta hipotetizar que ese hombre no existe. Pero está el Don Juan y satisfacen con él su fantasma, para quedar luego reducidas a una imagen estragada de sí mismas luego del despertar del romance deseado.
¿Cómo transformar quejas como estas, en asuntos que conciernan la posición del cuerpo de goce de quienes las dicen? Empezamos por suponer que esos enunciados dan cuenta es de la fragilidad del sujeto femenino y de su demanda insaciable de amor. En las condiciones actuales hay diversidad de soluciones, entre ellas una que es la que plantea esta mujer: “quedarme sola y tranquila”.
Pero busca a un analista para llevarle su queja. El amor de transferencia puede sostener el proceso, pero la posición de goce del sujeto no riñe con que bajo transferencia también llegue a la misma conclusión: es mejor estar sola, (sin el analista).
Lograr singularizar un enunciado, una palabra que equivoque su pertenencia al conjunto, que nombre en su ser femenino su rareza singular, es el preámbulo de una entrada en análisis: Esta mujer dijo algo de pasada, que fue utilizado para bordear su posición singular: “Si uno no se liga, no se duele y no se decepciona”. Traducido y devuelto como interpretación resonó de la siguiente forma: “me ligo, me duele y me decepciono”. Este enunciado ha permitido hacer una detención sobre algo que en ella ha sido hasta ahora inamovible: la decepción anticipada que opera en cualquier deseo. “El lazo que me une de entrada es para mí una ilusión, sé que desaparece”.
Incluso en la transferencia se vaticinaba que habría una decepción, y había que anticiparse a ella: La ocasión se presentó en una sesión en la que al entrar a ella me dice que tiene interés en un artículo de una revista que encontró en la sala de espera. Le digo que voy a prestársela, porque si no se decepcionará de este espacio y allí termina la sesión. Desde entonces ha adoptado una posición de analizante condicionada a tener que arreglárselas con aquello que se le impone: construir un otro para luego decepcionarse.
El psicoanálisis no puede ser solo un lugar de escucha, sino un lugar de respuesta que transforme el parloteo, la queja femenina de todo lo que le sucede, no solo la que la llevó a consulta en relación a los hombres, o la que percibe ahora en la relación a cualquier deseo. Hay que hacer resonar aquel goce que equivoca cualquier lazo que como ser hablante, el sujeto establece.