SABER // PODER*. El psicoanálisis aplicado en las instituciones y en la política
Por Antonio Aguirre Fuentes
Tomado de: La Conversación
París Mayo de 1968 fue un acontecimiento a nivel mundial. Se erigió como una leyenda revolucionaria en la que muchos encontraron una orientación. Jacques Lacan, parisino también, hizo su propia interpretación de la revuelta. Una interpretación freudiana.
El punto de la crisis estaba en la desgarradura manifiesta entre el saber y el poder. Por eso el escenario de la lucha empezó en las universidades. El matema lacaniano de este desgarro se escribe así: SABER // PODER. El saber clásico de la filosofía, incluso el del hegelianismo marxista, soñaba la juntura de esos dos campos en una armonía musical. ¿No era eso la promesa comunista? Una sociedad organizada como una sinfonía.
En los seminarios 16 y 17 se puede leer el drama y la pasión,casi desesperada, con la cual Lacan se dirigía a los jóvenes rebeldes. Estos habían errado. Su objetivo político era un error. Los revolucionarios atacaron el poder liberal francés ignorando el fracaso patente de los socialismos en curso. No era simplemente dar vuelta a “la chaqueta del poder” para obtener la sinfonía comunista.
El poder se revelaba, más temprano que tarde, como un camino a la impotencia. Gobernar, igual que educar y curar eran los imposibles asumidos por Freud. Después del poder omnímodo de Stalin, represivo y empobrecedor, la URSS se trasmutó en el reino de la burocracia. Lacan dijo que allí lo que dominaba era el discurso de la universidad. Sus palabras fueron oídas, pese a las interrupciones y protestas, por una asamblea de jóvenes revolucionarios en Vincennes.
Mientras tanto en la China Roja, a partir de 1966, transcurría la Gran Revolución Cultural Proletaria. Los Guardias Rojos de Mao, los Cuatro de la emperatriz roja Chiang Ching, la agitación y las luchas en las universidades… Un nuevo fervor para muchos estudiantes de mi tiempo. La intuición de Mao fue diferente. Quería cambiar la cultura china, considerada un depósito de rezagos activos burgueses. Mao y sus Cuatro, apuntaban al saber, pero con los medios del poder miliciano, armado con el Libro Rojo. Lacan leyó este manual de sabiduría total. Lo comentó con un respetuoso desdén. Jacques Alain Miller, esposo de la hija de Lacan, era un maoista convencido. Luego el análisis llevó a Miller a una reconversión: pasó del discurso del amo socialista al discurso del analista.
A donde hubiera debido apuntar la subversión, a criterio de Lacan, era al saber, cuando éste alcanza su punto de impotencia, para que no salte a la acción callejera, siempre fracasada. La impotencia del saber es un velo que oculta la imposibilidad de estructura. Para empezar, no hay sinfonía entre los hombres y las mujeres. Eso los conduce, ignorantes, a los esfuerzos de hallar un saber que resuelva el malestar de la cultura del que habló Freud en 1930.
Un aporte fundamental de Lacan, en el plano de la política, se lo halla en sus matemas del discurso.
Hay cuatro discursos. El del amo, el de la histeria, el de la universidad y, el que llegó más tarde para agujerear todo poder, el discurso del psicoanalista.
Este último discurso era el que podía dar “un viraje esencial” al poner el resto -producido por todo intento de fusión del S1 del poder con el S2 del saber- en el lugar del agente. Este resto, llamado por Lacan “pequeño objeto a”, encausa al sujeto a producir los significantes de su inconsciente, desprendidos de todo sentido, separados de cualquier saber universal, de cualquier saber universitario.
Si el capitalismo seguía su marcha, tanto en Occidente como en los países del capitalismo de estado, para romper ese circuito capitalismo-revolución-capitalismo’ hacía falta seguir otro camino, un camino que se podría llamar, históricamente, recién llegado: el psicoanálisis. Se trata de que el sujeto pueda encontrar que el inconsciente es también un saber-hacer, un goce que está en las palabras mismas, cifrado.
Nunca dejó Lacan de insistir que la interpretación es un juego de palabras, que opera por el equívoco en tanto éste es la ley del inconsciente. Si los enunciados de la queja histérica o de la obsesiva llegan a la barrera donde se separan el saber y el poder, es mediante la enunciación en acto que esa barrera represiva se agujerea y pierde su función. Con la interpretación analítica pasamos de una lógica estricta del todo y la excepción -con enunciados restringidos y afectados por el límite de lo indecidible godelliano- a una lógica del no-todo, lógica de lo inconsistente, de lo femenino. De esto Lacan habló en su seminario 20. Es otro modo de entender el “witz” freudiano, extensamente estudiado en el libro El Chiste y su relación con el inconsciente.
Habría otros modos de agujerear la separación SABER//GOCE. Es la función del arte, cuando no simboliza los enunciados de la publicidad o de la propaganda,cuando no es el “artivismo” que elogia Chantal Mouffe, ni se enmarca en el saber universitario. Es la poesía o la literatura de Joyce, del cual decía Lacan que gozaba en la escritura de su Finnegans Wake. Es el Zen, cuando es la espada o cuando es el pincel. Es la carta de amor, destacada recientemente por la analista Jessica Jara en una exposición en Guayaquil. Es la dramaturgia -como la puesta en escena de Delia Pin en La Canoerapara mostrar el cocodrilo que se come todo-.
La predicción de Lacan se cumplió. El discurso universitario, intocado, prosperó mundialmente. Casi se tragó al psicoanálisis con sus posgrados. Slavoj Zizek, comentando los estudios de Foucault sobre el gobierno y las poblaciones, hace equivaler el discurso universitario con el biopoder, con el control que hace vivir a las poblaciones con ciertas clasificaciones y permisos, marginando a los inclasificados e inclasificables.
Hoy el estatismo se proyecta como una aplicación, en el nivel más alto, del saber universitario. Los ministerios y los consejos nacionales pretenden recoger informaciones de todo tipo. La recogen, la clasifican, la distribuyen y luego vuelven a empezar. Es un mundo de informes y evaluaciones perpetuas, que vienen y van una y otra vez. Interminables, agotan a los ciudadanos que realmente afrontan el real de la vida.
El ejército de evaluadores, burócratas titulados por la llamada “academia”, no ven ni escuchan a nadie en el terreno, informan sobre informes, producen saber con el material que exprimen a los trabajadores de todos los oficios estatales. Esta es la plusvalía siniestra de los capitalistas de estado: el saber. El descontento de los sujetos no tiene voz propia porque ellos no ven otro horizonte que “ascender” como evaluadores.
Detrás de los vaivenes de los grupos en el poder está una constatación: la impotencia del saber universitario. Los jóvenes estudiantes la sienten. Por eso creen en las llamadas “prácticas” para poner en juego sus saberes acumulados, obteniendo una aproximación más realista de los efectos insuficientes de esos saberes. Lamentablemente la ineficacia operativa del saber universitario se pretende remediar con los posgrados, es decir con más saber, adquirido para cumplir requisitos del estado burocrático. Dice el dicho: cuando se pierde el objetivo se incrementan los esfuerzos.
Los psicólogos clínicos lacanianos introducen una práctica psicoanalítica en las instituciones del estado. Ellos lo hacen en tanto están pasando o han pasado por la experiencia personal del análisis. Es decir que se han analizado con algún psicoanalista. Tienen que ocuparse de las exigencias administrativas llenando informes y cumpliendo protocolos. Repetidamente. La atención a los “usuarios” -denominación casi ridícula introducida por los tecnócratas que nunca atienden a un paciente- queda disminuida y socavada por la obsesión tecno-burocrática que demanda la incesante producción de informes. Sería otro tema preguntarse para qué sirven todas estas matrices, protocolos y estadísticas. La separación del saber y el poder no se llena con más saber.
La cuadrícula hecha de matrices, protocolos, talleres de capacitación e informes materializa una lógica cerrada, concluyente, de un formalismo que llena con enunciados los casilleros predispuestos en la cuadrícula. Es la felicidad de un día para las jerarquías de los distintos niveles. Porque el fracaso y la impotencia reaparecen, por tanto hay que pedir más informes. Parecería trágico, pero es simplemente patético. De allí que los practicantes del psicoanálisis perseveren en hacer valer otra lógica, una lógica que opere con el agujero constitutivo del inconsciente, con un no-todo, con lo que los lógicos Florencio González Asenjo y Newton da Costa describen como predicados antinómicos.
Si nos trasladamos al campo de la política y de lo político -términos usados por Chantal Mouffe- vemos aparecer una explicación comodín, el “neoliberalismo”. Los gobiernos estatistas programan y ejecutan medidas para ponerle límites autoritarios. Hacen y deshacen “pueblos” , que se inventan según la conveniencia táctica. Como dichas tácticas no cierran la brecha entre “nosotros” y “ellos”, Chantal Mouffe, académica laclausiana, visualiza una lucha sin fin, con la esperanza de que los antagonismos se muten en una agonística. No se sabe cómo ella insiste en llamarse “progresista”. ¿Progreso?, ¿hacia qué fin?
Jacques Alain Miller, psicoanalista de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y proponente de Zero Abjection Democratic International Group- ZADIG -sostiene que lo democrático incluye las minorías. Eso sería entender que la minoría no encarna un “ellos”, sino que hace parte de un “nosotros”.
Por tanto a lo democrático -que los estatistas quieren transformar en “democracia radical” para sus maniobras plebiscitarias productoras de mayorías favorables- se lo pueda llamar “liberal” por validar a las minorías y sus derechos particulares. Pero lo radicalmente democrático es introducir el no-todo de lo femenino y sus lógicas inconsistentes. Este es el mensaje de los psicoanalistas, sin partido, al convulso mundo de la política y sus instituciones.