¿Qué nos dicen los niños? Reseña de una conversación con Piedad Ortega de Spurrier

Por Jessica Jara. NEL-Guayaquil.

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Empezaré señalando que la conferencia “El niño, sus síntomas y el psicoanálisis” de Piedad Ortega programada para el 15 de diciembre en un auditorio de la Universidad Católica resultó una entusiasta conversación. De ese modo, esta última actividad pública del 2016 organizada por la NEL, la maestría en “Psicoanálisis y Educación” y el CID, al momento de cerrar un año de intensa labor provocaba un trabajo necesario y por venir en el 2017.

Esa noche de jueves Piedad inició su comentario refiriéndose a una entrevista que un diario hiciera, tiempo atrás, a una docente. Nos dijo que le preguntaron entonces a la maestra si la educación había cambiado, a lo que ella respondió que los tiempos habían cambiado.

Pero, ¿qué es lo que ha cambiado?, es la cuestión que Piedad atendió anotando que en la actualidad: muchos niños y jóvenes no viven con sus padres o no pasan tiempo en común con ellos; “los panas” pretenden relevar la función paterna; el amor se basa en la libre elección; y, la forma más común de familia es la monoparental. Esto, para pasar a apuntar que ni la familia ideal ni la natural existen, y que lo esencial es que un deseo no anónimo incida en el sujeto, lo que no tiene que ver con el registro de los cuidados ni del todo-amor; sino con el que una madre pueda mostrar su falta: “su decepción”.

Otras preguntas planteadas fueron: ¿quién constituye para cada uno una familia? y ¿quién estructura esos lugares para ése* niño? Y se evidenció que la referencia capital sigue siendo la “Nota sobre el niño” que Jacques Lacan escribiera en 1969, siendo que aquí también podemos agregar que el ENAPOL de este año se apresta a desenredar los «asuntos de familia».

Piedad suscribió tomar como índice el deseo, sin desatender “la posición del niño en las generaciones” y, al remarcar el lugar que puede tener un niño en la familia como por ejemplo “ser el síntoma que divide a los padres”, nos resuena que estamos buscando captar algo de la lógica que mueve a “éste niño”, es decir que se trata de una clínica del uno por uno. Piedad acentuó que hoy no es tanto por ser síntoma que llevan al niño a la consulta sino cuando hay angustia. Y que cualquier cosa puede ser traumática para alguien si no la puede apalabrar.

Que el niño pueda ser “el síntoma en la institución” produjo, más adelante, intervenciones de estudiantes y psicólogos que querían repreguntar y decir su apreciación sobre la situación de las instituciones educativas en la actualidad. Piedad en este momento se refirió puntualmente al documental “Infancia bajo control”, el mismo que algunos tuvimos ocasión de ver antes.

Considerando que hoy se pasa rápidamente del ver al concluir, saltándose el tiempo de comprender; que hacen falta los juegos, los cuentos, las conversaciones, un referente simbólico para responder el enigma de la sexualidad y la muerte; y que si para sobrevivir se requiere ser escuchado: hay que pensar las estructuras y los modos de  incidir en esas subjetividades. Piedad dice también que, por un lado los niños son víctimas de los medios de comunicación y por otro, de una pedagogía inapropiada y, que frente a cada vez más adelantos tecno-pedagógicos, ¿acaso el maestro tiene tiempo para pensar en lo que le pasa al niño y cómo él está transmitiendo?

En estos momentos los niños reciben nombres de todo tipo y destinos tempranos, -proliferan diagnósticos de manuales psiquiátricos-, de los cuales nadie es responsable. Y nadie le pregunta al niño por su síntoma. En este punto candente Piedad detuvo su discurso para dar lugar a una conversación que inició con un relanzamiento de las cuestiones por Mayra de Hanze, Directora del CID, preguntando por la posición del analista ante esta “urgencia de nominación que engancha de manera científica una medicalización”, y por cómo entender “un deseo que no sea anónimo”; y con la participación de Álvaro Rendón, por la Asociación de Estudiantes de Psicología, quien dijo que “la función materna y paterna no están encarnadas por ningún sexo”, y que la medicalización acalla el síntoma y busca reducir lo subjetivo a un problema biológico.

Con esta entrada, la conversación se abrió a un público concernido y algunas voces cuestionaron a un sistema institucional que desarrolla planes y proyectos, pero donde la palabra del niño no tiene lugar. Una intervención procuró un decir sobre la práctica en las instituciones que atienden urgencias, y mencionó la experiencia de Le Courtil, para entonces dejar oír su pregunta: “¿por qué los padres no vieron eso?”, ¿por qué no lo vieron venir? Se insistió en que los padres como “mejores amigos de sus hijos” lo que hacen es rehuir a su función. Y alguien dijo que hay que escuchar a los padres, preferentemente.

Piedad indicó que hay niños que no han tenido la opción de tomar la palabra y lo que les queda es la angustia en el cuerpo, que tienen acontecimientos de cuerpo, y que éste es su punto de interés actual. Que el análisis con niños es un intento de apalabrar lo real que constantemente está pasando, tratándose de convertir eso en una historia de sentido. Que no hay que darle más valor a las palabras de los padres que a la del niño. Que hay que escuchar lo que el niño quiere decir y acompañar que apalabre la experiencia aunque a veces no se trate sólo* de palabras, ya que si no se accedió a lo simbólico no hay cadena sino un Uno de goce. Mayra aportó que los psicoanalistas procuran que el niño se despegue de las nomenclaturas para que el niño pueda ficcionalizar, ubicando en ése niño un sujeto.

Y al final se planteó un giro a la pregunta que comúnmente se nos hace: ¿qué les decimos a los niños, hoy?, en tanto que se trata más bien de escuchar: ¿qué nos dicen los niños?

Quiero cerrar esta reseña con dos asuntos que Piedad de Spurrier planteó en la maestría. La primera fue que la intervención analítica apunta a la desburocratización de la educación, señalando que existe una afinidad entre el psicoanálisis y la democracia. Y la segunda, es una pregunta abierta: ¿cómo intervenir en la institución educativa sin banalizar nuestra acción?

*Hago valer la ortografía “antigua” aplicada a los pronombres demostrativos y el adverbio «sólo».

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