Ponencia de la psicoanalista Elena Sper – UEES – 14 de septiembre del 2016

A propósito de las jornadas de la NEL a realizarse en Guayaquil, el miércoles 14 de septiembre se llevó a cabo una conversación con el título «La violencia en la actualidad» en la UEES (Universidad de Especialidades Espíritu Santo). En ella participaron el Dr. Joaquín Hernández, rector; Lucía Pimentel, docente; Elena Sper miembro de la NEL, y Jocelyne Burgos estudiante de la institución. 

Remarqué sobre todo la dificultad del sujeto en relación a esta agresividad intrínseca en su constitución, y a la vez la división subjetiva que se da en tanto que el origen de la angustia y la agresividad hacia el otro, que a la vez lo rechaza por poseer un saber que el sujeto no posee, por otro lado lo necesito para reafirmarme como tal.

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Ponencia de la psicoanalista Elena Sper – UEES  el 14 de septiembre del 2016

Quiero partir del título de esta conversación  que incluye la palabra actualidad, lo cual por supuesto que está sujeto a la historia, pero tiene la intención de señalar que: hay algo atemporal  que siempre será  actual, la agresividad como tal en el ser humano.

Para Freud (1930), la inclinación agresiva » es una disposición pulsional autónoma, originaria del ser humano» (177) y la cultura encuentra en ella su obstáculo más poderoso, a su vez Freud ve a la destructividad del ser humano como una expresión de la pulsión de muerte orientada hacia el exterior. (El malestar en la cultura).

La cultura o mejor llamada la civilización es el escenario en el que se desarrolla la lucha entre Eros y Thanatos. La misma se inscribe en las diferentes modalidades de expresión del odio,  que va desde el rechazo al otro hasta su destrucción. 

Y es que si bien es cierto que las dos pulsiones se presentan juntas en las diferentes actividades  de la vida del ser  humano, es muy difícil captarlas en estado puro, aunque la de vida resulte más evidenciada, la dificultad mayor es que la pulsión de muerte es una presencia silenciosa y muda, siendo sus efectos más devastadores. 

Esta agresividad no sólo trabaja dentro del ser vivo sino que también  se orienta hacia el exterior viendo en el otro, no solamente como el partenaire a quien amar sino que estas mismas pulsiones de vida y de auto conservación  de naturaleza erótica, precisan disponer de agresión para alcanzar sus objetivos.

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Cito texto (Por qué la guerra, 1932). El ser humano no es una ser manso, amable, a lo sumó capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino la tentación para satisfacer en el la aversión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infringirle dolores, martirizarlo y hasta asesinarlo” (pág. 108) 

Vemos entonces que la cultura solo puede edificarse sobre la renuncia de lo pulsional, mediante la represión, de poderosas pulsiones. Esta «denegación cultural» gobierna el vasto ámbito de los vínculos sociales entre los hombres.  Encontramos entonces un malestar que surge de este inevitable desencuentro entre lo pulsional y la civilización. De ahí podríamos decir que la civilización misma es la violencia.

Pero hay que considerar que esto es necesario para la conformación y regulación de los vínculos sociales es necesaria la captura del sujeto por la ley, sin esto no sería posible la constitución del sujeto ni el entrelazamiento de este con el cuerpo social.

Sin embargo la inscripción de esa ley tiene una contracara, brota por el otro lado una tentación de transgredirla, de ir más allá de lo permitido, esta ley tiene su eficacia simbólica pero, a la vez porta falla y agujeros. Si la ley prohíbe matar, el lado  obscuro de esta tienta y precipita esa ley loca que incita matar. De la ley se espera  lo que regula del deseo, pero de ella se recibe también lo que escapa de esa regulación: la violencia mortífera.

Actualmente se hace referencia a un desfallecimiento de la función del padre, a una fractura de los lazos sociales, lo cual no tiene que ver con la ausencia  de leyes que protejan y cuiden de la seguridad de las personas, sino con las dificultades de su aplicación. Es decir no hay quien diga «no”. La decadencia de la función del padre que ya Lacan anunciara muy tempranamente en su obra, hay que entenderla de ese modo, en ese punto en el que alguien tiene que encarnar el «no», la prohibición  que por otro lado concede el permiso, dicha función ya no es operativa en la actualidad.

Esta función hoy desfalleciente, tomaba su importancia  ahí donde la sociedad acarrea, por sus efectos de censura, una forma de desagregación al que llamamos neurosis , la función del padre toma su lugar en un sentido contrario de elaboración, de construcción,  de sublimación. Es decir esta función aporta elementos que favorecen más bien a la sociedad en la creación de nuevos elementos de cultura. Es una función que regula y a la vez orienta hacia lo que Freud  llamo  el ideal del Yo como un valor social determinado. 

La ausencia de esta regulación produce lo que tenemos en la actualidad, una masificación de goces que conduce a los sujetos a una homogeneización, produciendo a la vez la segregación de lo diferente, todos llamados a un solo objetivo por la causa, sin regulación alguna.

En el terrorismo por ejemplo, a falta de un nombre del padre que trasmita los blasones, o las insignias necesarias para una cierta nominación o pertenencia, se toma cualquier otro y en nombre de este matar o morir.

El odio se dirige siempre a aquellos que se satisfacen de manera diferente, de manera inalcanzable, es decir hacia el que no es próximo, hacia el extraño en tanto  se le supone poseedor de un modo de gozar distinto al de uno y del  que uno carece. También es interesante analizar ese no saber que el  otro sabe, esto está  ligado a una falta en ser producida por el lenguaje, que hace emerger en el sujeto cierta agresividad hacia el otro.

Sucede por lo general en los adolescentes que a falta de saberse un hombre, busca en los otros reafirmarse como tal, por temor de ser convencido por los otros de no ser  hombre. Es decir Lacan nos muestra que el sujeto parte de un no saber sobre su propio ser que empuja a pasar de un yo no sé quién soy, ni lo que el otro es, a un yo soy. Es decir que el fundamento de la identidad  es la segregación misma. 

Vemos entonces aquí  el origen de la angustia y la agresividad hacia el otro que a la vez,  lo rechazo por poseer un saber que yo no tengo, por otro lado lo necesito para reafirmarme como tal.

En las instituciones encontramos también una cierta forma de violencia, porque el fundamento de estas se basan en la caridad, se reduce en ese acto a un ser de necesidad, no un sujeto de deseo.

En este suponer lo que el sujeto desea hay ahí un aplastamiento de su deseo, hace que el sujeto  responda de manera agresiva a ese aplastamiento. 

La violencia a las mujeres no es otra cosa que no soportar la diferencia, y lo imposible de decir, lo femenino tiene la característica de no poder representarse toda, ese no todo de la mujer, que deja como resto una alteridad en donde  incluso ella es otra para  sí misma, esta otredad de lo femenino, produce en el hombre una impotencia vital, incontrolable,  el hombre se ve tentado a agredir, violar, humillarla, hasta matar  muchas veces.  No alcanzar un saber para afrontar esa alteridad, sobre lo que la mujer quiere, es producido por el exilio de los sexos, exiliados por el lenguaje, y todo aquello que se encuentra en los bordes del discurso se revierte en fenómenos de violencia. La violencia es exactamente lo contrario a la palabra, o es la violencia o la palabra.

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