Mi analista ha muerto
Por: Carlos Quezada – Asociado Nel Guayaquil
Antonio Aguirre Fuentes, cual corte de sesión, nos dejó súbitamente.
Lo negué tres veces, como Pedro.
Primera denegación, llegando a su consultorio: “Esa ambulancia está ahí porque mi analista procura dejar un espacio de parqueo disponible para sus analizantes. Seguramente atienden alguna emergencia en una casa cercana”.
Segunda denegación, parqueado afuera del lugar: “Esos paramédicos que entran por su puerta seguramente estarán atendiendo alguna taquicardia, alguna caída. Debo recordar que, si bien mi analista es un hombre sano, no es un joven”.
Tercera denegación, sentado -estupefacto- en mi vehículo: “No me voy a entrometer en un asunto de salud. Seguramente necesita espacio, le escribiré un mensaje”.
Un mensaje que no tuvo respuesta.
Seguido le escribí a su esposa, ella me responde y me acerco a su puerta. Sale ella y cruzamos una mirada en la que pude leer lo que mi inconsciente había resistido tres veces: mi analista había muerto.
Mi analista me interpretó hasta el final. Una muerte en transferencia, un Real. Una luz sobre la dimensión radicalmente intersubjetiva de la interpretación analítica, un esclarecimiento de cuanta responsabilidad de trabajo recae sobre el sujeto analizante.
…
Antonio Aguirre Fuentes hablaba parado.
Mi lectura es que esta era su forma de poner la libra de carne en su enunciación. Era y no era un S1. S1 en tanto le supusimos un saber, y no S1 en tanto su discurso era el del analista. Conmigo, porque de nadie más me es posible dar cuenta, supo ocupar el lugar de ese pequeño objeto perdido. Hasta el final.
Algunas personas me dijeron que mi analista era un hombre sabio y bondadoso. Pienso que él amablemente aceptaría estos elogios, pero con mucha ironía. “No hay muerto malo, ni novia fea” es el aforismo que se me ocurre. Perdonen, este era su estilo. Su honestidad intelectual era de tal profundidad que no le conocí una sola buena intención, pero sí una ética de trabajo. La ética del psicoanálisis. Fue este el último seminario en el que trabajamos.
…
Antonio Aguirre Fuentes fue mi analista por 9 años y 6 meses.
Su sala de espera era un lugar diverso. Mi analista no era un hombre moderno, pero lo buscaban los modernos, los anticuados, los viejos, los jóvenes… para hablar de su sufrimiento. Era patente que su atención brindaba las condiciones necesarias para la libertad de la palabra. “Diga, diga, diga” era su insistencia.
Cuando caminábamos hacia su bóveda final, le decía a una amiga que un analista era esta persona que “te sostenía con una mano y te sacudía con la otra”. Le relaté sobre el Gestapo / Geste à peau de Lacan. Es lo que pude decir camino al destino final del cuerpo de mi analista.
Fue el más-uno del primer Cartel en que trabajé. Fue enseñante en el primer seminario de psicoanálisis en que participé. Cuando una colega me consultó sobre “cómo despedirlo … de la buena manera” atiné a escribir, aún conmocionado -junto a ella-, que él no buscaría ser ni efigie ni forma ideal. Que mi analista habló a las paredes. Que supo sostener, en su seminario, en los cárteles, en la Escuela, en su vida una “posición de analizante de su no quiero saber nada de eso” que hacía sudar. Aún. En efecto, mi analista ya no está, pero aquí sigo trabajando, Aún.
…
Antonio Aguirre Fuentes ha dejado un legado.
No haré como Pedro, ni culpa ni heroísmo. Mi analista supo mostrar que hay otra manera, la mía, en singular. Que el trabajo implica -requiere- poder soportar la angustia de ser analizante de mi no quiero saber nada de eso. No nos queda de otra, es lógica.
Esta carta es una carta en sufrimiento, de sufrimiento. El tiempo me ha robado mi analista. No obstante, me agrada pensar que este escrito permite que ese mensaje que no tuvo respuesta haya podido llegar a su destino.
Tenemos, como me supo decir la mujer que mi analista amó, una causa en común, la del Psicoanálisis. Y mucho trabajo por delante.
Realmente conmovedor, se puede sentir la profundidad de cada una de sus palabras.