Los bemoles del acoso escolar

Por: Juan De Althaus

Texto e imágenes reproducidas de La Conversación con autorización del autor.

Permitir el acoso escolar, incluido el acoso sexual, es abandonar la función paterna, el saber decir “no” a los excesos. Es no haber salido de una posición infantil donde predomina el exceso de satisfacción pulsional. La tarea de los educadores es enseñar al infante a que deje de ser niño.

 

Desde el punto de vista del psicoanálisis lacaniano, el acoso escolar es un síntoma educativo que siempre existió, pero hoy en día resulta bastante generalizado y tiene múltiples aristas. Implica formas de agresión y violencia entre estudiantes, pero también entre docentes y escolares, entre los propios docentes, entre docentes y padres, sin quedar afuera las autoridades educativas. También adquiere formas institucionales, como el clientelismo político, la negligencia burocrática y los excesos de control mediante evaluaciones, reglamentos y protocolos.

La agresión y violencia en el ámbito educativo siempre han estado vinculadas a la manera cómo se las representa o subjetiva en la cultura de una época. En las culturas étnicas no dejaba de haber violencia en los rituales sagrados de iniciación del púber a ser un sujeto responsable en la etnia. Se realizaba siempre bajo determinados reglas y con una significación mítica.

En la época actual hipermoderna, los significados de la violencia se han perdido, particularmente desde la aniquilación nazi sin sentido de los campos de concentración, de tal manera que hoy se generaliza la violencia por la violencia, el acoso por el acoso. No se tolera la presencia del cuerpo del otro y de su modo de goce (satisfacción) en la vida. Como consecuencia, habría que considerarlo como un síntoma social a interpretar.

¿De qué manera ha incidido la tecnociencia? definitivamente, esta ha aumentado exponencialmente en la comunicación, pero a costa de inhibir los lazos sociales y desresponsabilizar al sujeto ante lo que dice y hace. La función del ideal en la educación ha quedado devaluada. Si todo está en Internet con un clic, no se cree mucho en el propósito civilizador de la educación y, más aún, la transmisión de la cultura está en entredicho, ella misma está haciendo agua. Sería bueno debatir si los paradigmas educativos podrían cambiar hacia un saber hacer con esta realidad.

La tecnociencia es aliada inseparable del discurso capitalista, el que se establece como el verdadero mandante: “vender todo lo que se pueda vender lo más rápido posible”. Uno de los productos de consumo es el binario siniestro diversión-violencia. Lo atestigua la película Elephant de Gus van Sant, que recrea al par de amigos, autores de la masacre cometida en el conocido caso del colegio Columbine, declarando que era el día más divertido de su vida.

Los medios de comunicación entran en el juego de este círculo vicioso por la manera cómo abordan el tema. ¿Se realizan debates editoriales o conversatorios de la opinión ilustrada sobre el acoso escolar en los medios?
Los casos de violencia, violación, abuso y adicción en el campo educativo son subidos en “tiempo real” a las redes sociales donde se compite en quién sube más rápido un acontecimiento más terrible que el otro. Es toda una trama de espectáculo de terror para la perversión de la mirada.

El Estado y las autoridades educativas se apresuran a responder con la doctrina de la seguridad ante estos fenómenos: más vigilancia de tipo policial y judicialización. Habría que ser cuidadoso con este tipo de respuestas, en tanto que al sujeto acosado se lo victimiza y el acosador es determinado como agresor-delincuente y allí se cierra el circuito. Entonces, la investigación apunta a si la “víctima” dice o no la verdad, entendida como objetiva, sin considerar la verdad subjetiva: no se escucha lo que quiere decir libremente la “víctima”, y menos el agresor.

Es importante que el sujeto involucrado hable ante un interlocutor válido y que se distancie de sus prejuicios. Permitir que la palabra bordee lo traumático de la agresión en el agredido y la pulsión de muerte del agresor, de tal manera de poner cierto límite al goce de la violencia o de la posición de víctima. ¿Qué es lo que cada uno tiene que ver en el acontecimiento de acoso? y responsabilizarse de sus actos y su decir. ? En esta vía, no hay nadie inimputable.

En los últimos tiempos ha incidido otro agravante en hechos de violencia: Hay un uso político de una supuesta ciencia, con todo tipo de evaluaciones estadísticas y reglamentos cambiantes que buscan controlar hasta el último detalle en la educación, asfixiando a los docentes y desviándolos de su labor de enseñanza. Es más, se fuerza a una estandarización en todos los campos de la educación, lo que supone considerar a los sujetos involucrados como máquinas algorítmicas al servicio del Estado o de las corporaciones. Tal perspectiva fomenta el individualismo de masas de las peores formas. Si la familia está en crisis, y el padre ya no cumple su función de regulador de los goces, a su delegado, el maestro, se le devalúa la responsabilidad de su rol y no se le facilita el trabajo.

En la práctica, los referentes de valores universales se deterioran y el joven busca rasgos identificatorios nuevos, conformando grupos que se excluyen entre sí. Si no lo hacen, los jóvenes serán identificados como “raros”, a lo que se suma el temor de no ser incorporados a ninguno. La homogenización fuerza a los educadores a etiquetarlos como “deficitarios”, lo cual empeora el vínculo educativo. Paralelamente, la masculinidad y virilidad de los jóvenes varones se debilita y la agresividad se enciende en las mujeres púberes.

El acosado u objeto del bullying es normalmente un nerd, ante el cual los acosadores manifiestan su envidia y ‘odioenamoramiento’, porque no soportan la extrañeza de su propio goce y lo atribuyen al otro, al cual no pueden soltar, porque tendrían que encarar su propio malestar. Algún defecto corporal o discapacidad también suele ser objeto de acoso, marcando un rasgo perverso. Son pequeñas diferencias en el orden imaginario que producen un estallido, ya que los jóvenes, y algunos docentes, no poseen el armado simbólico suficiente para soportar las diferencias.

El acosado sufre de angustia, desasosiego y termina perdiendo el interés de aprender, o responde con alguna venganza, siempre en el terreno imaginario, sin que lo simbólico opere con eficacia, lo cual puede llevar al extremo del suicidio. Tenemos así al acosador, el acosado, y el espectador, que pretende defenderse mediante la indiferencia.

La generalización de la decadencia moral en el campo del poder político y, que amenaza el Estado de derecho democrático, incide considerablemente en el campo educativo, produciendo condiciones para el desengaño, la errancia y la desubicación. Es un terreno muy adecuado para que el superyó (aquella ley absoluta inscrita en el inconsciente) ordene gozar sin límites.

La condición humana de la agresividad, proveniente del estadio del espejo en los primeros meses de vida, momento en que el infante responde agresivamente ante su fragmentación corporal e identifica su yo con la imagen de otro en el espejo, que supuestamente ocupa su lugar (“El yo es otro”) se afinca y ante la caída de la regulación paterna y sus sustitutos en el sistema educativo, el sujeto coloca en el altar su narcisismo y su paranoia ante los otros. El Ideal del yo debilitado filtra poco las pulsiones, por lo cual es encarnado por el caudillo del grupo (líder), que a su vez goza del sometimiento de sus seguidores (masa), no para establecer un lazo social, sino para degradarlo.

Si la agresividad está al nivel de lo imaginario, de la imagen del propio cuerpo, la violencia, el pasaje al acto de la agresión, está del lado de lo simbólico, en tanto que no opera para limitar la pulsión de muerte y se produce sin sentido alguno. Por lo demás, lo simbólico, el lenguaje, tiene su dimensión violenta, en tanto que al afectar el cuerpo mortifica (una palabra es la muerte de la cosa, porque la simboliza agujeréandola) aunque paradójicamente, permite la vinculación con los otros. Y esto, en el ámbito escolar, se da en muchos casos en el “todos contra todos”.

En la misma dirección, la función de autoridad se licúa. Hoy no se puede pensar la autoridad como proveniente de la tradición, el poder o la sanción. En la antigua Roma, el término Autocritas hacía referencia a la opinión de los senadores, mientras el poder lo tenía el pueblo. El Autocritas no ordenaba, más bien aconsejaba, proponía o rectificaba, mediante una argumentación válida y verosímil. En ese sentido, la autoridad bien entendida implica lograr un vínculo social en el tiempo mediante el apalabramiento racional, no por el ejercicio del poder, la coerción, ni la violencia.

La autoridad tiene que ser reconocida como tal. Lo cual implica un ejercicio legal y legítimo, de una transmisión del saber hacer en el mundo, de colocarse en una posición de un ser en falta, no completo ni absoluto, alguien que no lo puede todo y que sabe hacer con esas limitaciones. Actualmente es muy difícil que la autoridad no se ejerza sin pluralidad y en forma democrática, de lo contrario se cae fácilmente en el autoritarismo con nefastas consecuencias. Cuando el docente y el funcionario educativo no escuchan ni dialogan entre ellos y con los alumnos, se deslizan a la imposición ciega que trastoca el vínculo educativo.

Permitir el acoso escolar, incluido el acoso sexual, es abandonar la función paterna, el saber decir “no” a los excesos. Es no haber salido de una posición infantil donde predomina el exceso de satisfacción pulsional. La tarea de los educadores es enseñar al infante a que deje de ser niño.

El sujeto que encarne la autoridad debe ofrecerse como alguien que cause el deseo de saber del educando, que permita pasar hacia una transferencia de trabajo en conjunto.

La autoridad del docente conviene que apunte a que el estudiante invente de manera particular una modalidad para domesticar su goce, su satisfacción inmediata desmedida, que es la mejor manera de transmitir cómo hacer para manejarse con el saber cambiante y líquido de la cultura, y con aquello que dura en el tiempo. Esto se opone a la estandarización en la educación.

El síntoma permite que el sujeto anude su goce a una estructura con lo cual puede construir un lugar en el mundo actual. Jacques Lacan proponía la salida de una “fraternidad discreta” para la convivencia soportable. La conversación frecuente entre pares, entre los docentes, sobre sus experiencias pedagógicas, es un recurso interesante a considerar. A partir de los casos particulares se puede formalizar los impases que se producen en el acto educativo. Esto implica centrarse en la singularidad del estudiante y del docente, y desde allí dar lugar a la invención. Saber escuchar es fundamental en este vínculo educativo y rediscutir colectivamente la ética del maestro en nuestros días.

Más allá, el psicoanálisis permite hablar al sujeto individual, acogiendo su síntoma único, de tal manera que el analista provoca que busque atrapar lo más íntimo y singular que posee mediante la invención, y de allí poder disfrutar de un vínculo bien dicho con otras singularidades, produciéndose efectos sociales de la buena manera.

Bibliografía:
• Gallo, Héctor (1999). Usos y abusos del maltrato. Una perspectiva psicoanalítica. Editorial Universitaria de Antioquia. Medellín, Colombia.
• Nueva Escuela Lacaniana de Medellín (2013). Conductas de riesgo en el ámbito escolar. Medellín, Colombia.
• Goldenberg, Mario (2011). Violencia en las escuelas. Grama Ediciones. Buenos Aires, Argentina.

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