La dignidad del consumidor: lo que per(dió)
Por: Miguel De la Rosa G. y Francisco Maquilón H.
¡Privados de libertad! Lo anuncia el título de un artículo publicado por Diario El Telégrafo el 26 de diciembre del año en curso[1]. A más de que aquellos significantes aludan a su condición de reclusos, ¿no es en sí, un sujeto consumidor, un sujeto que se priva del encuentro con la potencia de su deseo? Mencionamos en un artículo previo, que el tóxico decolora los surcos del deseo, atiborrando en exceso la falta que lo encausa[2]; quisiéramos anudar aquel planteamiento con un afecto en particular: la dignidad.
Si bien, el afán del artículo publicado por El Telégrafo, consiste en dar a conocer el proyecto “Mi primera Navidad sin drogas”, nos convocan los testimonios textuales, datos biográficos publicados en aquella nota, uno en particular: el de Iván, del cual trabajaremos tres nociones: 1) desorientación y adolescencia, 2) lo que per(dió) y 3) la dignidad.
- Desorientación y adolescencia: Iván empieza a consumir a sus 13 años, lo cual nos permite plantear lo siguiente. Es bien sabido, que en la adolescencia se reactualizan conflictos cruciales para la vida de un sujeto: la relación con el Otro sexual, la resignificación del cuerpo, la reactualización del fantasma fundamental y sus repercusiones sobre el deseo. A más de una serie de duelos por: el propio cuerpo, las figuras de autoridad, incluyendo las paternas, y la condición de infante. Ante todo este torbellino de elecciones y pérdidas, un sujeto adolescente puede sentirse desorientado, desbrujulado, por toparse con un punto de caducidad en su fantasma. Salamone (2018) nos indica, que la elección del tóxico, dibuja a partir del goce, una barrera impermeable para el deseo y esa barrera es causal e incluso potenciadora, podríamos añadir, del estado de desorientación. Desde nuestra orientación, ¿en qué medida restituir y hacer consistir un fantasma, que oriente al sujeto hacia la singularidad de su deseo?
Iván agrega sobre los inicios de su consumo: sus amigos le habían dicho que si consumía “olería a hombre”[3]; lo cual nos abre algunas preguntas: ¿a qué huele un hombre? ¿Qué es ser un hombre? ¿Cómo se relaciona un hombre, llegada la adolescencia, con el Otro sexo?
Un tóxico aplaza, tapona o decolora la interrogante sobre la problemática sexual a la que se enfrenta un adolescente: la práctica del consumo, vacía al sujeto del inconsciente y lo expone a un goce a-sexual, que prescinde de toda experiencia arraigada en la significación fálica.
Podemos indicar, teniendo en cuenta la ética del soltero a la cual se refiere Lacan en Televisión, que a causa del tóxico, no se requiere del cuerpo del Otro para gozar del propio cuerpo, pues este objeto tóxico, suple aquella función que cumpliría una pareja sexual. Más allá de cualquier deseo que pueda consolidar un sujeto que consume, este elige quedarse fijado al goce autista que le obtiene del tóxico.
- Lo que per(dío): ¿Qué per(dió) ante su elección por el goce del consumo? La particularidad que presenta la clínica de las toxicomanías en relación a otras formas de adicciones, está en que la droga como sustancia afecta al cuerpo. El consumo de drogas tiene incidencia en el cuerpo. Esto, que es indudable, no tiene sin embargo que hacernos retroceder antes la posibilidad de interrogar, desde el psicoanálisis, la afectación del cuerpo que las drogas producen.
Una sustancia tóxica produce una respuesta en el organismo que tiene como resultado un determinado efecto. Añade Lacan en Televisión, que el sujeto del inconsciente no toca al alma más que a través del cuerpo, “el hombre no piensa con su alma” (Lacan 1977). Para un sujeto, el efecto de entrada al lenguaje crea el campo de los afectos, que inciden como efectos de goce sobre el cuerpo. El afecto se corresponde con un efecto de lo simbólico sobre el cuerpo; efecto que induce un goce parcial y que aparece en el alma como pensamiento. En un sujeto, el consumo de tóxicos pone siempre en juego su cuerpo, a veces al extremo de sacarlos del juego.
En el enunciado de Iván “perdí mi ojo”[4], se evidencia la incidencia de una pérdida en el cuerpo a raíz del consumo, ojo que per(dió) en pelea con un expendedor de drogas, ¿lo ce(dió)? Perder una parte de su cuerpo, trae fin a su deuda; es común que un sujeto toxicómano se endeude con los vendedores a costa del consumo. Podríamos decir que en el acceso extremo al goce del consumo, el sujeto ofrece su cuerpo en caída.
Lacan propone al objeto a como real. En el cuerpo pasa a estar presente como exceso de goce, pero en una articulación diferente con el lenguaje: no solo como pérdida, es también lugar de recuperación de goce. Un sujeto consumidor, ¿qué relación establece con su cuerpo?
Respecto a la función escópica, Gallo (2016) nos indica lo siguiente: no se percibe, no se siente, no se ve, ni se experimenta la pérdida del objeto a, en el ojo no se encuentra inscrita la pasión que comporta la mirada. Traemos a colación esta paráfrasis, teniendo en cuenta que Iván, luego de perder su ojo, no puede verse más al espejo y pierde las ganas de vivir. Vemos que esta pérdida sobre lo real del cuerpo, tiene incidencias a nivel de lo imaginario, al punto de afectar lo más íntimo de su existencia. Sin un ojo, preso en la cárcel, sin el tóxico, ¿con qué se queda este sujeto?
- La dignidad: Tomaremos el enunciado de Iván “Perdí tiempo, la dignidad, casi pierdo mi familia y hasta mi vida…” [5]– este asunto, nos es de especial interés, en tanto es tema del IX ENAPOL: Odio, cólera e indignación.
Lacan, en El Seminario 8, hace varias referencias a este afecto, del cual tomaremos dos:
- En la clase La metáfora del amor (1961), introduce al respecto, la posibilidad de amar al otro como a un objeto y plantea una imposibilidad de amar al prójimo como a sí mismo. Lo que resalta de aquel enunciado, es que al amar al otro como a un prójimo, lo amamos como sujeto y restituimos su dignidad. Podríamos incluir que amando, también restituimos nuestra propia condición de sujeto: saberse en falta.
- En la clase La transferencia en presente (1960), a partir del agalma, la sobervaloración del objeto, vincula la dignidad con la individualidad – singularidad, “consiste enteramente en la relación privilegiada en la que culminamos como sujeto en el deseo”. (p. 199)
A la par del enunciado de Iván, podemos tener en consideración ambos planteamiento de Lacan, con los cuales se vincula la dignidad: el amor, la singularidad y el deseo. ¿Podríamos considerar que un sujeto toxicómano, se vuelve indigno de amar y de su propio deseo? ¿Ha renunciado a su singularidad por hacer del tóxico el emblema de su ser?
Hasta el momento, no hemos planteado la función del tóxico para un sujeto, ni su distinción según la estructura de cada cual; aquello lo tendríamos que interrogar, con prudencia, en los sujetos que recibimos en consulta. Por el momento, nos terminamos preguntando… ¿en qué modo la excesiva oferta de referentes de lo contemporáneo, desorienta al sujeto y lo conduce al tóxico? Seguiremos trabajando.
Compartimos el enlace del artículo publicado en El Telégrafo:
https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/judicial/12/ppl-navidad-sin-drogas-ecuador
Bibliografía
Gallo (2016) Las pasiones en el psicoanálisis. Buenos Aires: Grama.
Lacan, J. (1960). La metáfora del amor. En El Seminario 8: La transferencia. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. (1961). La transferencia en presente. En El Seminario 8: La transferencia (pág. 199). Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J (1977) Psicoanalisis. En Radiofonia & Television. Buenos Aires:
Anagrama.
Salamone, L. (2018). Amor y adolescencia en los tiempos de las adicciones.
[1] El Telégrafo. (2018). 231 privados de libertad pasarán una Navidad sin consumir drogas.
[2] De la Rosa, M. (2018) Sin voluntad, sin voz. Obtenido de NEL Guayaquil: https://bit.ly/2ECTjjr
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.