In memoriam de Antonio Aguirre

Por: Juan de Althaus

Conocí a Antonio Aguirre cuando migré a Guayaquil desde Lima a comienzo de la década del 90 del siglo pasado. Pregunté a mis familiares si conocían psicoanalistas en Guayaquil, y me contactaron con Antonio. Me acogió en un grupo que trabajaba los seminarios de Lacan, del cual había escuchado muy poco en Lima. Luego vino la participación en EFE involucrándome en sus carteles. Después de la escisión de varios colegas con aquella Escuela de Oyervide (+) solo logré participar en el grupo diverso de Psicoanálisis y cultura donde fui presentado por Antonio, hasta la fundación de la NEL a comienzos de la década del 2000.

Más allá de la transferencia de trabajo en la NEL, nos encontrábamos por coincidencia en la cafetería “El dólar” del Policentro, luego de mi sesión de análisis, y donde Antonio tomaba notas de sus lecturas acompañado de un café. Una conversación informal sobre temas de psicoanálisis y la vida de la Escuela.

Antonio tenía un estilo muy peculiar. Muy preocupado por lo principios del psicoanálisis, vigilante de cualquier desviación, la cual puntualizaba. Siempre vigilante que el discurso universitario no contamine a la sede Guayaquil. Saltaba como un resorte cuando intuía que algo no se condecía con el psicoanálisis lacaniano en la Escuela. Definitivamente, un colega entregado de cuerpo entero a psicoanálisis, más allá de sus errores y aciertos.

Con Antonio tuvimos nuestros encuentros y desencuentros, pero mantuvimos una amistad un poco de lado, tácita, discreta, sin exageración. El duelo se instala, no solo de lo que uno pierde por su desaparición, sino de lo que uno era para Antonio. Hay mucho por decir, pero decido simplificar. El misterio de su deseo de analista quedará ignoto, pero sus efectos siempre tuvieron una resonancia muy particular en la Escuela. Esos efectos llaman a la continuación del trabajo por el psicoanálisis.

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