El problema de la ciencia y el retorno de la cuestión
Por: Antonio Aguirre F.
Artículo publicado en La Conversación
Recuerdos del seminario del 2011
1.
Situamos al psicoanálisis en un callejón entre la religión y la ciencia. Freud quiso incluir su campo en el catálogo de las ciencias, pero vamos a destacar uno de sus enunciados finales que connota una heterotopía. Hablando de las categorías kantianas –tiempo y espacio- dijo que eran proyecciones de nuestro aparato psíquico. El ensayo de Stephen Hawking y Leonard Mlodinow titulado El gran diseño nos resulta apropiado para un comentario donde reafirmamos la conjetura lacaniana: las teorías científicas del universo son proyecciones de la estructura depuradas de la función paterna, y carentes del sujeto de la enunciación. La Bejahung científica expulsa toda cuestión y toda elección, afirmándose en la modalidad del tercero impersonal. Este cosmos está hecho de fórmulas, modelos y problemas matemáticos, apuntando a la pregunta por el origen. Procuraremos señalar los signos del retorno de lo rechazado presentes en la teoría científica.
2.
Stephen Hawking opera con los principios de un cognitivista, intentando superar la visión ingenua de la realidad y sustituyéndola por un “realismo dependiente del modelo”. El cerebro interpreta datos, elabora un modelo –generalmente matemático- que luego somete a comprobación. Para el físico no tiene sentido preguntar qué es lo real, pues ello depende estrictamente del modelo utilizado. En cambio se ha vuelto prioritario investigar el porqué del universo, retomando a los presocráticos: ¿por qué hay algo en lugar de nada?, ¿por qué existimos?, ¿por qué estas leyes y no otras? Son las preguntas de la sublimación científica, donde sin embargo reconocemos los enigmas renunciados de la vida temprana del sujeto. El físico ve en el mito una historia ajustada a los fenómenos, pero lo desecha por su inutilidad predictiva. Ignora así que en el mito, como diría Lacan (El mito individual del neurótico), toma forma discursiva algo que no puede ser enunciado como verdad objetiva, pero que se expresa del modo imaginario. Las historias míticas de crimen y castigo resultan perturbadoras y Hawking se rebela contra “la capacidad humana para sentirse culpable” y “acusarnos a nosotros mismos”. El hombre de ciencia busca depurarse de todo goce y permanece ajeno al drama fundador de la religión.
3.
Hawking reconoce que no es posible una teoría científica definitiva. Más bien, postula lo que llama la Teoría M, que funciona como un mapa mundi donde se solapan distintas teorías, cada una aplicable en un cierto dominio físico. Hawking concibe la posibilidad de múltiples universos surgidos de la nada, sin la intervención de ningún Dios. En cada uno de ellos muchas historias posibles, muchas consecuencias. Solo unas pocas de ellas permitirían “criaturas como nosotros”. Aquí llega la hazaña cognitivista: somos –los humanos- amos de la creación porque seleccionamos sólo los universos compatibles con nuestra presencia. La Verdad como causa final y el punto Omega del jesuita Teilhard de Chardin, tienen una curiosa proximidad con las conjeturas de la física teórica sobre el antropismo fuerte y débil. Lo expulsado retorna.
4.
Refiriéndose a las investigaciones en el campo de las partículas Hawking nos habla de recorridos e interferencias constructivas y destructivas, de tal modo que “el universo no tiene una existencia única o una historia única, sino que cada posible versión del universo existe simultáneamente en lo que denominamos una superposición cuántica”. Dada una condición inicial se hacen posibles un conjunto de recorridos o historias para una partícula. En cada uno de estos recorridos se darán las interferencias de los otros recorridos posibles, de manera simultánea. No puede dejar de llamarnos la atención la proximidad de este modelo con el funcionamiento del parletre: un recorrido de vida efectuado recibe las interferencias, consonantes o disonantes, de un conjunto de versiones o historias fantasmáticas. Freud afirmó esta condición sincrónica en su teoría de las series complementarias. En el nivel de las partículas el sujeto reaparece como interferencia: la del “observador” que ilumina el objeto. ¿No reconoció Lacan, en una luz intermitente, la presencia del sujeto en el movimiento de las partículas del tráfico de Baltimore, destacando la actividad no objetivable de pensamientos, incluido el suyo? Para el físico el automaton es suficiente, para el psicoanalista la tyche subjetivante hace la “diferencia absoluta”.
5.
También podríamos hablar de la interferencia entre el significante y el sentido, del hecho por el cual cada uno perturba al otro. En el recorrido efectivo de la enunciación hay simultáneamente otras enunciaciones posibles que no se actualizan, pero que interfieren, constructiva o destructivamente, en el recorrido final. ¿Hay un isomorfismo con los mecanismos de la represión, el rechazo, el desmentido, la condensación y el desplazamiento? ¿Y qué decir de la topología lacaniana de los registros que se van trenzando? Entre ellos se producen cruzamientos, anudantes o fallidos. ¿Y el sinthoma mismo no viene a ser la interferencia constructiva por excelencia?
6.
En el libro El fin de la ciencia John Horgan nos describe algo de la comunidad de los científicos, y de sus apasionadas polémicas en torno a las preguntas mayores. Los límites impuestos por las tecnologías exploratorias son rebasados por las conjeturas de una física que Horgan califica de “irónica”. Hawking es uno de estos científicos irónicos cuando dice querer llegar a descifrar el pensamiento de Dios. La teoría unificada para Hawking toma la forma de una esfera sin comienzo ni final, y por tanto sin creador, es el proyecto de un fantasma sin fisura, del tapón que rellena definitivamente el agujero como diría Lacan (Seminario La Ética del Psicoanálisis). Si el psicoanálisis perdura en su extimidad respecto a la ciencia es porque el enigma forcluido retorna en la experiencia analítica como un nudo insensato.
Abril 2013