El malentendido de las libertades civiles y el psicoanálisis

Antonio Aguirre Fuentes

Pudimos escuchar el informe de Acción Lacaniana en el Congreso de la AMP, repartido en tres temáticas: el psicoanálisis puro y el aplicado; la batalla del autismo; los estados de urgencia. Se destacaron las dificultades, los obstáculos, las resistencias, que la vía psicoanalítica encuentra en cada una de las colectividades. Cada delegado resaltó los adelantos y también los estancamientos. Casi sin excepción calificamos de acuerdo al dicho lacaniano: es normal.

Sin embargo a la hora de poner forma a nuestra defensa lo hicimos con un enunciado: el de los derechos democráticos. Por allí empieza una pérdida de rumbo estratégico. Lo democrático tiene que ver sólo con una mecánica de las decisiones, tanto si son por una asamblea, como a través de un órgano representativo. No dice nada del carácter, del propósito, de los efectos de dichas decisiones. 

Grecia era democrática, especialmente Atenas. El cristianismo puso la base moral y política para la democracia de todo el pueblo, de todos los hijos de Dios. De allí ya conocemos, a grandes rasgos, lo que se  ha llamado democracia en los Estados Unidos y en Francia. Lenin forzó la definición con su democracia sovietista y con el centralismo democrático de un sólo partido. Desde entonces existió la versión estalinista, la llamada «democracia popular» en Europa Oriental y en el mundo.

Democráticos fueron los gobiernos de Mussolini y de Hitler. Dieron los argumentos y métodos para los populismos que crecieron en América Latina, de los que tenemos hoy sus consecuencias. Han mutado sus referencias: ahora antiimperialistas, antinorteamericanos, socialistas. Tienen sus alianzas estratégicas internacionales forjadas a lo largo de unos 50 años: lo que tienen en común es el autoritarismo estatista, muchas veces con el aval de una forma democrática, y la práctica de un capitalismo salvaje monopolizado por un liderazgo archicorrupto.  

La democracia es el campo de batalla de la propaganda. Las ofertas y promesas, el establecimiento de las «equivalencias» laclausianas, las libertades para decir cualquier cosa antes de la votación. Jean Claude Milner ha visto el peligro criminal de la democracia europea llevada por su promesa de borrar todo límite, toda diferencia. 

Lacan decía de la democracia que con ella se elige siempre a los mismos y que ya es bueno cuando hay varios para escoger. Su ideal para una micropolítica, si cabe decirlo, era una Escuela sin caudillismo, sin capitalizadores de poder para un ascenso jerárquico. No proyectaba una «jerarquía cabeza abajo», demagógica y anárquica, sino una «organización  circular» que funcionara con un programa simple y flexible. Lacan no era un dogmático, un utópico, un iluminado. Sabía que las cosas se consolidan con la experiencia. Apelaba a la sensatez para moderar la política. «Sólo soy liberal, como todo el mundo, en la medida en que soy anti-progresista» les dijo a los revolucionarios de París en el año 1969 (ver seminario 17).

Entonces no es de la democracia que los psicoanalistas podrían obtener un espacio para su existencia. Ella puede, bajo los lineamientos de los teóricos de la hegemonía y contrahegemonía, conducir a un estado de conflicto permanente, de un «agit-prop» donde la calle es primero el espacio de las bandas partisanas para luego implantar un orden policial, «chequista» como en la URSS, de los SS como en la Alemania nazi, de los Guardianes de la Revolución como en Irán. Los casos en nuestra América Latina son patentes.

Si el psicoanálisis ha de ser una experiencia de un «hablar por hablar» (JA Miller) como quería Lacan, ha de anidar en una colectividad regida por un «poder liberal»(Lacan, seminario 16). Allí donde la ciencia y el mercado capitalista han debilitado y dispersado el poder ha surgido un nuevo lazo social: el discurso analítico. El socialismo, ya en retirada, y las teocracias emergentes, no toleran una práctica que vulnera y derriba los ídolos de la subjetividad.

Los analistas ganarán en los espacios de un malentendido: el de las libertades civiles. Allí donde esas libertades- que son plurales y precarias- sean amenazadas o suprimidas, con todas las excusas de la verdad y la bondad totalitarias, no habrá oportunidad para ese monstruo charlón y amoroso llamado psicoanálisis.

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