El duelo como desencadenante de una crisis
El duelo como desencadenante de una crisis
Por: Myriam Chang
Trauer, mourning, duelo, son los términos que en alemán, inglés y castellano pueden significar al mismo tiempo el afecto penoso como su manifestación exterior.
El novelista inglés Julian Barnes diferencia por su parte, la aflicción como sentimiento, del duelo como proceso. Metafóricamente la primera es vertical (vertiginosa, incluso profundamente abisal) mientras el segundo es horizontal y corresponde a su elaboración en el transcurrir del tiempo. La aflicción toca el cuerpo, nos dice, trastorna el estómago, quita la respiración, corta el suministro de sangre al cerebro; el duelo por su parte proyecta hacia una nueva dirección. “La aflicción es un estado humano, no médico, y aunque haya píldoras que nos ayuden a olvidarla, no hay pastillas que la curen. Los afligidos no están deprimidos, sino sólo debida, adecuada, matemáticamente tristes”1.
Es en consonancia con el avance de la Primera Gran Guerra que Freud en diciembre de 1914, por primera vez expuso el tema del duelo y la melancolía, en la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Entre febrero y mayo de 1915 redactó el texto que conocemos y que salió a publicación dos años más tarde. Sin que el autor dejase de advertir no sobrevalorar sus conclusiones, en tanto lo consideraba inacabado.
La muerte de un ser querido vivida durante la infancia es un primer despertar a la realidad del adulto. Freud indica que aunque olvidadas a lo largo del tiempo, las volvemos a encontrar en las neurosis posteriores.
El duelo es, para Freud, “la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.”. Y, nos hace notar, que a pesar de que este proceso trae consigo graves desviaciones de la conducta normal en la vida, no se lo puede considerar un estado patológico que requiera un tratamiento médico. “Confiamos, dice, en que pasado cierto tiempo se lo superará, y juzgamos inoportuno y aún dañino perturbarlo”2.
Freud lo define en términos de un proceso de desasimiento libidinal con respecto al objeto del duelo, en ciertas relaciones de identificación por las que el objeto adquiere su alcance y consiguiendo, o no (como en las psicosis melancólica), que sus manifestaciones se agrupen y reorganicen.
Y si Duelo y Melancolía es el texto princeps sobre este tema en Freud, el correspondiente en Lacan, lo encontramos en sus Siete clases sobre Hamlet, desarrolladas en el seminario VI, El deseo y su interpretación.
Esa identificación en el duelo que Freud intentó definir en términos de incorporación del objeto, Lacan la rearticula en los términos del aparato simbólico, con que reorganiza el psicoanálisis al introducir sus tres registros: simbólico, imaginario y real.
Así, para Lacan “el duelo, que es una pérdida verdadera, intolerable para el ser humano, le provoca un agujero en lo real (…) La dimensión intolerable, en sentido estricto, que se presenta a la experiencia humana no es la experiencia de nuestra propia muerte, que nadie tiene, sino la de la muerte de otro, cuando es para nosotros un ser esencial.”3
Una pérdida que Lacan en este seminario no duda en relacionar con la Verwerfung, un agujero, pero en lo real, que resulta mostrar el lugar donde se proyecta precisamente el significante faltante: el falo. Significante esencial en la estructura del Otro que, nos dice, encuentra aquí su lugar y, al mismo tiempo no puede encontrarlo puesto que no puede articularse en el nivel del Otro. “Por ese hecho, y al igual que en la psicosis, en su lugar vienen a pulular todas las imágenes que conciernen a los fenómenos del duelo.” Y por eso el duelo está emparentado con la psicosis: el velo cae y en su lugar aparece un goce no mitigado por el falo. Y los ritos funerarios constituirían un modo de reparación.
Cuando un ser querido muere, dice Barnes, lo que desaparece es mayor que la suma de lo que había. Lacan lo corrobora en sus propios términos: el objeto resulta entonces tener una existencia tanto más absoluta cuanto que ya no corresponde a nada que exista, de ahí que el sujeto se abisma en el vértigo del dolor.
Afrontamos mal la muerte, no la integramos como posibilidad, la aflicción es inimaginable de suerte que nunca nos encontramos preparados para esa nueva realidad en la que nos sumerge. Como decía Simone de Beauvoir: “No hay muerte natural… es un accidente, y aun si los hombres la conocen y la aceptan, es una violencia indebida.”
La aflicción rompe las pautas anteriores, clasifica y reordena a quienes rodean al afligido, que pone a prueba a los amigos. Las viejas amistades pueden estrecharse unidos por una misma tristeza; o bien parecer de pronto superficiales, esconder bajo una capa de indiferencia su propia imposibilidad de afrontarla. Algunos rehúyen el tema como si temiesen contagiarse. Los jóvenes quizás reaccionen mejor que las personas mayores; las mujeres, tal vez mejor que los hombres.
Entre los afligidos está la reacción del enfado. Y dado que usualmente no saben lo que quieren o necesitan, sólo saben lo que no, y es frecuente que ofendan y se ofendan. Se enfadan con la persona fallecida, que les ha abandonado, que les ha traicionado por perder la vida. Otros se enfadan con Dios o bien con el universo por permitir que haya sucedido, por haber sido inevitable, irreversible. La muerte como lo hace notar Barnes saca al negociador en nosotros, prometemos todo tipo de cambios y propósitos, a condición de que la muerte pase por nuestro lado sin tocarnos.
Y continúa: “El duelo reconfigura el tiempo, su duración, su textura, su función: un día no significa más que el siguiente. También reconfigura el espacio. Has entrado en una nueva geografía, con mapas trazados por una nueva cartografía. Parece que te están orientando con uno de aquellos mapas del siglo XVII donde aparecían el Desierto de la Pérdida, el Lago de la Indiferencia (sin un soplo de viento), el Río de la Desolación (seco), la Ciénaga de la Autocompasión y las (subterráneas) Cavernas del Recuerdo. En este nuevo país recién descubierto no hay más jerarquía que la del sentimiento, la del dolor.”4
De esta pérdida que introduce el duelo, la más terrible para el ser humano, en palabras de Freud, es la muerte del padre. Aunque, o precisamente por ello, en los sueños la muerte del progenitor está ya presente desde edades muy tempranas. Freud se atreve incluso, con la medida del Edipo, a realizar un reparto sexual aclarando que no lo establece como una regla, sino una constatación en su clínica: en el sueño, la muerte recae sobre el progenitor del mismo sexo. El varón sueña con la muerte del padre y la niña con la de la madre.
En un manuscrito, dirigido a Fliess y titulado Anotaciones III, fechado el 31 de mayo de 1897, en el que aparece prefigurado por primera vez el complejo de Edipo, Freud señala que “los impulsos hostiles hacia los padres (deseo de que mueran) son, de igual modo, un elemento integrante de la neurosis. Afloran conscientemente como representación obsesiva.”
¿Qué podría considerarse un éxito en el proceso del duelo? ¿Recordar, olvidar, continuar? El sujeto de la pérdida puede continuar imaginarizando el objeto de su duelo, mantenerse en conversación con éste, contarle lo que le ha ocurrido, pero llegará un momento en que las lágrimas desaparezcan, que antiguas o renovadas pautas se restablezcan. Tal vez, cuando uno puede volver a concentrarse, dice Barnes, y volver a leer un libro, o cuando uno logra desprenderse de las posesiones del muerto. O bien, cuando se puede atravesar los lugares que la muerte significó con una nota de terror.
Por su parte, los escritores, como luego nos dice, están en el oficio de crear pautas con palabras. Creen, esperan, confían en que con ellas logran constituir ideas e historias. Y eso, aclara, los salva, estén o no de luto. Niveles de vida es su historia tras la muerte de su esposa. Para Shakespeare, es Hamlet, que escribe tras la muerte de su padre y la posterior muerte de su hijo.
Para Freud, es La interpretación de los sueños, lo designa así en el prólogo a su segunda edición: “Para mí, este libro tiene, en efecto, una segunda importancia subjetiva que sólo alcancé a comprender cuando lo hube concluido, al comprobar que era una parte de mi propio análisis, que representaba mi reacción frente a la muerte de mi padre, es decir, frente al más significativo suceso, a la más tajante pérdida en la vida de un hombre. Al reconocerlo me sentí incapaz de borrar las huellas de tal influjo.”5
Y otros autores. Milena Busquets, quien tras la muerte de su madre y bajo el influjo de un sólo impulso, transforma en una sola noche, sus recuerdos autobiográficos en clave de novela. Blanca, una mujer de 40 años, inicia su luto tras el entierro de su madre, mientras veranea en Cadaqués, el escenario de los veranos de su niñez. Bajo el modo del diálogo con los que la rodean, y el diálogo con la difunta, recuerda su infancia, su relación con su madre, marcada por ese estrago que nunca falta en esta relación y su necesidad de conseguir su respeto, mientras se configura en su feminidad. También su relación con los hombres, marcada a su vez por la presencia y las palabras de su madre cuando ésta le decía: “Pequeñaja, lo normal a tu edad es estar enamorada”, mientras Blanca recuerda que durante mucho tiempo, la única historia de amor que le preocupaba era su historia de amor con su propia madre. Y por otro lado, sus relaciones de amistad.
En el espacio temporal y climático del verano, casi como en una burbuja temporal, se entrega a la disipación de la bebida y sus resacas, las drogas y sus efectos de desagravio, agarrándose a algún hombre para soportar el peso de la ausente. “Lo contrario de la muerte no es la vida, es el sexo”. Pero, finalmente, resulta no ser sólo sexo: “Todo el amor de mis amigos y de mis hijos no es suficiente para resistir la embestida de tu ausencia, necesito estar bien agarrada a un tío para no salir volando por los aires. Dicen que la mayoría de las mujeres buscan a su padre a través de los hombres, yo te busco a tí, lo hacía incluso cuando estabas viva.”6
El desgarro del duelo encuentra un comienzo de final cuando recuerda las palabras de su madre, a la muerte de su padre, a sus 17 años. La madre le cuenta un cuento chino sobre un poderoso emperador que convocó a los sabios y les pidió una frase que sirviese para todas las situaciones imaginables. Tras meses de deliberación los sabios volvieron con una propuesta: “También esto pasará”. A lo que la madre habría añadido: “El dolor y la pena pasarán, como pasan la euforia y la felicidad”.
El escritor bilbaíno, Fernando Marías, tiene también su propia historia. Ya durante los últimos días de su padre, mientras la demencia hacia mella en él, el autor concibió la idea de un libro en el cual plasmar su relación con éste. Con un estilo más autobiográfico, pero habría que decir, no con menos ficción, aborda el tema a través de lo que él concibe como el miedo mutuo, que marcó dicha relación. Desde el momento en que “lo conoce” o más bien, “lo desconoce” al preguntar, ¿quién es ese hombre? Pues el oficio de marinero mercante mantenía a su padre fuera de su hogar por largas temporadas, al punto que al reaparecer a sus 4 años, irrumpe en su paraíso de único varón al cuidado de su madre y abuela.
Myriam Chang. Miembro ELp y AMP. Cataluña. (Este trabajo ha sido realizado en el marco de la Comisión Bibliográfica)
Notas
- Barnes, J., Niveles de vida, Editorial Anagrama, S. A., Barcelona, 2014, p. 88.
- Freud, S. Duelo y melancolía, O. C., Ed. Amorrortu, Bs. As., 1992, V. XIV, p. 241.
- Lacan, J., Seminario VI, El deseo y su interpretación, Ed. Paidós, Argentina, 2014, p. 371.
- Barnes, J. op. cit., p. 103.4.
- Freud, S. La interpretación de los sueños, Prólogo segunda edición. Berchtesgaden, verano de 1908.
- Busquets, M., También esto pasará, Ed. Anagrama, Barcelona, 2015, p. 96.
Bibliografía
– Julian Barnes, Niveles de vida, Editorial Anagrama, S. A., Barcelona, 2014.
– Milena Busquets, También esto pasará, Ed. Anagrama, Barcelona, 2015.
– Sigmund Freud, Duelo y melancolía, O. C., Ed. Amorrortu, Bs. As., 1992, V. XIV.
– Amanda Goya, El espectro de la muerte sobre el sujeto, Revista Virtualia Nº 14, Enero/Febrero, 2006.
– Jacques Lacan, Seminario VI, El deseo y su interpretación, Ed. Paidós, Argentina, 2014.
– Fernando Marías, La isla del padre, Seix Barral, España, 2015.
8 Octubre, 2015 Myriam Chang