El amor y los abatimientos del cuerpo

Por: Lizbeth Solís R.

No hablaré, ni pensaré en nada,

Pero el amor infinito me inundará el alma,

Y me iré lejos, muy lejos, tal que un gitano,

Por los campos, feliz como una mujer.

Rimbaud

El amor no es lo homo. Es aquello que vela lo heterogéneo del goce, la cara de la figura cruel y feroz que aparece en ocasiones bajo la voz del superyó femenino. A lo largo de su enseñanza Lacan pone en escena que sin amor nada se fija en escritura, al final del análisis un nuevo amor bajo la creación de un nombre que bordea aquello que siempre estuvo allí, salvaje e indomeñable pero del que se logra un aplacamiento en la vía de la letra.

De ese goce que se experimenta en el cuerpo poco o nada se puede decir, hay en el principio perplejidad, silencio. El goce descarnado no habla, se siente, en su seminario 20 Lacan (1972-1973) aclara que no todas lo experimentan, ya en su cuadro de las fórmulas de la sexuación pone de manifiesto la posición masculina y  femenina, esta última comprende el concepto de un goce místico caracterizado por la devastación y que logra ser recogido desde las manifestaciones de arte como la poesía y la escultura.

Para un sujeto se trata de trenzar el goce con la palabra, la conexión de lo Uno y el Otro. El amor para ello funciona como punto de engranaje que empuja siempre a una declaración, porque ello habla, toma el cuerpo y moviliza el acto. En eso que se llama hacer el amor solo se aborda la causa de su deseo, el pequeño a. Hay una vivencia del goce del propio cuerpo y no del cuerpo del otro, de ahí que se trate de una satisfacción autoerótica que deja a solas al sujeto. Tendlarz (2002) señala que el estrago se produce frente al entrecruzamiento del amor con una zona erógena que queda por fuera del circuito de lo que compete al orden fálico.  Para ello dos obras nos dan testimonio de la resonancia del goce en el cuerpo, del lado del falo (eros) y en la vía del exceso (thanatos).

Memorias de mis putas tristes

El imperio de los sentidos

A medida que la besaba aumentaba el calor de su cuerpo y exhalaba una fragancia montuna. Ella me respondió con vibraciones nuevas en cada pulgada de su piel, y en cada una encontré un calor distinto, un sabor propio, un gemido nuevo, y toda ella resonó por dentro con un arpegio y sus pezones se abrieron en flor sin tocarlos.

Después de haber matado a Kichi me sentí totalmente a gusto, como si una carga pesada se levantara de mis hombros, y experimenté una sensación de claridad absoluta. […] cogí sus genitales porque no podía llevarme la cabeza o el cuerpo conmigo. Escogí la parte de él que me traía los mejores recuerdos.

Si reconocemos que el amor no se trata del sueño ideal de hacer de dos Uno, daremos cuenta también de la otra faz del amor, el estrago  “por eso hasta inventaron el inconsciente para percatarse de que el deseo del hombre es el deseo del Otro, y que el amor, (…) cuando se mira de cerca, se pueden ver sus estragos” (Lacan, Seminario 20: Aún, 1972-1973).

Aquella experiencia de arrebato sin fin, cuando Lacan (1971-1972) se pregunta ¿dónde está contenida la mujer? responde que ella se encuentra en el centro de la función fálica de la cual participa en el amor y en la ausencia, jouissabsence. Hay para algunos sujetos un momento de fuga, que aparece ligado a lo pulsional en la vertiente de la devastación “la pulsión de muerte es lo real en la medida que solo se lo puede pensar como imposible” (23). Las pasiones pasan por la erotización del cuerpo de ahí que exista un entrecruzamiento indisoluble entre el cuerpo, la vida y la muerte.

Bibliografía

Gacía, G. (2004). Memoria de mis putas tristes. Colombia: Norma.

Lacan, J. (1971-1972). Seminario 19 O peor. Bueno Aires: Paidós.

Lacan, J. (1972-1973). Seminario 20: Aún. Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (1975-1976). Seminario 23 El Sinthome. Buenos Aires: Paidós .

Oshima, N. (Dirección). (1976). El imperio de los sentidos [Película].

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