AAF

Por: Marco Gutiérrez

Era el año 2013. Por motivos de celebración de los 50 años de vida institucional, la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil exhibe un mural que reunía las frases o expresiones de diversos profesionales graduados en dicha institución a lo largo de los años y que ahora son reconocidas figuras en sus distintas disciplinas. Médicos, arquitectos, periodistas, alcalde, presidente (en ese entonces) y otros, expresaron en un tono emotivo y anecdótico sus felicitaciones y agradecimientos con el alma mater. En ese grupo de, por lo menos sesenta o setenta personalidades, constaba una frase que se dirigía hacia otra parte: “Un psicoanalista persiste en denunciar las inconsistencias de todo poder”. Allí estaba Antonio Aguirre en un mural conmemorativo que se mantuvo por algunos meses a la vista de todos en el ingreso de una universidad, diciendo otra cosa, ejerciendo su denuncia.    

Si se me permite la calificación un tanto reduccionista que, a mi parecer en este punto no resultaría tan ingrata, diría que Antonio fue, entre otras cosas, eso.  Una frase, una expresión, una pregunta o una intervención singular en medio de otros tantos pareceres que, con un estilo irónico y ocurrente, podía advertir profundas contradicciones y generar casi siempre con éxito la suspensión del juicio para exigir más acuciosas revisiones a lo discutido, con sus argumentos despertaba agitación intelectual e incluso desbarataba algún muro de comprensión edificado en las instancias de trabajo, principalmente en el ambiente de escuela. 

Me acostumbré a la constante inspiración que nace de las interrogantes que proponía en cada seminario, conversatorio o comisión, en definitiva, en cualquier convocatoria que contaba con su intervención y que en los últimos años tuve la fortuna de ser invitado a participar activamente. Su palabra encarnó para mí una referencia permanente a la indeterminación radical, hacia el “no-todo”, a ese “ser otra cosa” de todo lo que se pretende decir como cierre acerca de algo. Con él comprendí que las coordenadas de la orientación lacaniana, en términos de saber y de práctica, son un conjunto inagotable de preguntas de trabajo que demandan de una inmersión seria y sostenida.  

Escribo esto en la memoria honrosa de Antonio Aguirre Fuentes, quien fue ese admirable psicoanalista crítico, interrogador acérrimo y hombre de simposios. Fue en su momento mi analista y, además, un referente fundamental para mi formación humana, alguien a quién ahora me corresponde elaborar personalmente desde el lugar de su ausencia. Tendré mi proceso. Viviré a mis tiempos la empresa del duelo que, entre otras cosas, involucra mucho trabajo pendiente.   

 

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