¿A qué responde el arte?

Por Juan de Althaus

Trabajo expuesto en el III Encuentro Internacional de Investigación en Artes

En representación de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL) sede Guayaquil Juan de Althaus presentó la siguiente ponencia en la mesa Censura, manifiesto y libertad artística, en el III encuentro Internacional de Investigación en Artes organizado por la Universidad de las Artes, el 20 de junio de 2018.

Sobre todo, desde el inicio de la época moderna, con los principios jurídicos y políticos de la revolución francesa, se ha sostenido que la libertad es una condición indispensable para la creación artística. Los intentos de cualquier poder institucional para coartar la producción artística han sido siempre cuestionados.

Hay una solidaridad entre la libertad de creación artística y la libertad de palabra y del ejercicio del psicoanálisis. Lo que Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis, les decía a sus pacientes era: “hable usted lo que desee, lo que se le ocurra, lo que se le pase por la cabeza”. Es como decirle a un artista: “Produzca una creación como lo desee”. Por supuesto, el artista no necesita que nadie se lo diga, pero sí ha ocurrido muchas veces que se intenta domesticar su arte por razones religiosas, políticas y económicas.

Los casos más claros han sido el nazismo y una serie de variantes del marxismo-leninismo, la intervención del Estado y el mercado. El arte renacentista tuvo sus reglas y no podía dejar de lado al cristianismo de su tiempo. Al arte religioso medieval sólo era posible con la aceptación de la Iglesia y los nobles. Los paradigmas del arte griego se impusieron en Roma, que en su mayor parte estaban enmarcados por la mitología.

En la época de las civilizaciones americanas pre-europeas existió una articulación estrecha entre la mitología, los rituales, la arquitectura, la cerámica, los textiles y la orfebrería con la escritura, todos dentro del mundo de lo étnico sagrado.

Es decir, en aquellas culturas donde el marco de la producción artística estuvo regido por parámetros bien definidos, la posibilidad de la creación individual se realizaba en los intersticios que inevitablemente se abrían. En la historia del arte siempre se pueden apreciar como maravillas de la creación humana.

Pero con la Ilustración y la declaración del Estado de derecho republicano-democrático, se produjo un corte. Comenzaron a desplegarse en el tiempo diferentes propuestas en todos los campos del arte, donde el norte era crear algo nuevo, que trasgrediera lo que ya se había logrado, resquebrajándose las camisas de fuerza de los dogmas artísticos. La rígida perspectiva renacentista pasó a la voluptuosidad ambivalente del barroco, como preludio al realismo, el modernismo, el impresionismo, expresionismo, cubismo y otros ismos como el surrealismo.

Claro que hubo nuevos componentes que influyeron como el pasaje de las 5 notas absolutas medievales a las 7 notas, o la innovación del óleo en la pintura que proporcionó los colores vívidos y diversamente infinitos. Sin embargo, es el toque de la libertad de creación lo que produjo las más grandes innovaciones en el campo del arte hasta tal punto que hoy es tan múltiple que ya no se puede hablar de escuelas ni vanguardias artísticas, sino de tendencias diversas y efímeras. Se trata hoy de un arte hipermoderno donde las respuestas singulares a la presencia sin precedentes de un real o reales sin ley aparecen de maneras insospechadas y sorpresivas. La estética se subvierte, la belleza como valor artístico relativo, como velo de lo real, se resquebraja a tal punto que lo que parecía “feo” y de “mal gusto” adquiere un valor artístico diferente. Las fronteras se vaporizan y cambian todo el tiempo.

Cada estilo y forma artística de cada civilización ha consistido en una respuesta con modalidades interesantes que nos impacta hasta el día de hoy y se recrean. Es más, si trasladamos la imagen de uno de esos toros estilizados de las pinturas rupestres de Altamira de hace miles de años atrás a una exposición en el museo del Pardo, podría pasar perfectamente como una pintura actual. ¿Qué es lo que acontece allí?

El psicoanálisis puede aportar al esclarecimiento del acto artístico. Y digo acto porque es una acción impensada, no calculada, aunque sí trabajada. Freud señalaba que el arte es una de las formas de sublimación, que la caracterizaba como uno de los destinos de la pulsión. Jacques Lacan plantea, tomando el concepto de Heidegger, que hay en la subjetividad humana el das ding, la cosa, que es un vacío inaccesible. La sublimación daría cuenta de este vacío poblando en su borde con una serie de objetos. Esta zona de vacío es lo real del goce, y requiere de un forzamiento para acceder a él. Luego señala que “el objeto es elevado a la dignidad de la cosa”, articulándose a elementos simbólicos e imaginarios. La sublimación termina siendo un modo de goce, de satisfacción, con alguna modalidad del lenguaje que proviene del Otro (en mayúsculas).

Jacques Alain Miller elucida que el sujeto produce escabeles que al cruzarse con la sublimación se encuentran con el narcisismo, que tiene que ver con la relación entre el ser hablante y su cuerpo, al cual adora porque cree que lo tiene, aunque no es así, pero es lo más próximo a él. Ese yo de la imagen en realidad es un agujero, un trauma-tismo, un lugar vacío mediante el cual el sujeto goza. La creencia que se tiene un cuerpo se funda en el “yo no pienso”·, negando el inconsciente y teniendo la ilusión que el ser hablante es amo de su ser. Uno habla con su cuerpo sin saber. En el caso del arte se produce con el cuerpo y no es necesario saberlo para producirlo, a modo de excepción.

En este sentido, el tener es lo que está primero, no el ser. Y en la juntura entre el lenguaje del ser que proviene del Otro y el cuerpo se encuentra lalangue, lalengua, dos palabras juntas, que tienen una materialidad en los agujeros del cuerpo. El arte es una vía para dar cuenta de esta lalengua del artista singular por una vía que no es del discurso. El discurso es una estructura y un vínculo social que juega con algunos elementos que se ubican en diferentes lugares de la estructura. En el arte no hay discurso. Si en el arte hay sublimación es que se funda en el yo no pienso, más bien, realizo un acto.

Es un acto que va de lo real o del vacío a lo simbólico, y el objeto artístico es imaginario, es decir, referido a Otro (en mayúsculas). Hay que considerar que hay tres dimensiones que soportan la subjetividad de un cuerpo parlante: Lo real, lo imaginario y lo simbólico, que son anudados por un cuarto término que es un síntoma. ¿Es el arte un síntoma? Podría ser, para algunos artistas como Van Gogh o James Joyce, pero para un artista es un tratamiento de sus propios agujeros subjetivos.

En suma, el arte es una respuesta al vacío subjetivo, a un agujero en lo real, entendiendo lo real como lo imposible de decir, que no está regulado por ninguna ley, que es el terreno de la contingencia, del azar, de lo imprevisible, de lo sorpresivo. Vivimos en un mundo de reales con acontecimientos de esta naturaleza y que el arte responde con la diversidad de tendencias y productos cambiantes.

En tanto que el arte es una respuesta al vacío subjetivo del ser humano, se encuentra en el campo de la creación exnihilo, pero en tanto que está fuera de discurso, en tanto que no es una formación del inconsciente, no es interpretable porque desde ya es una interpretación propia del artista. Leer un poema, que siempre es enigmático, nos desconcierta, nos toca en algo que no sabemos muy bien de qué se trata. Podemos interpretar, pero sabiendo que eso falla. Mirar una pintura nos puede producir cierto placer, pero también nos interroga porque no logramos capturarla del todo.

Tampoco se puede decir que el arte tiene una función social. El artista no crea para un público. Lo hace porque goza, a modo de Narciso, con su creación, es decir, con su castración. A Picasso le preguntaron qué pensaba de sus toros y mujeres pintadas y el respondió simplemente “un toro es un toro y una mujer es una mujer”. Los críticos de arte pueden deleitarse con las interpretaciones de las obras artísticas, y no está mal que lo hagan, nos ayudan a situarlas mejor, pero realmente no es necesario para el arte.

El psicoanálisis sí es un discurso. Se trata de transmitir al analizante que sepa interpretar su síntoma para manejarlo de la mejor manera posible, dejando la angustia y el sufrimiento de lado. Se trata de un saber hacer allí con su síntoma. En el arte hay un saber hacer con lo real, con el vacío, por otra vía que no es del discurso, y en tanto que Lacan plantó en algún momento que el arte es “una puesta en acto del inconsciente”, es decir, el inconsciente real que habla mediante el acto indescifrable, siempre estará por delante del psicoanálisis. Esto quiere decir, que en el caso de un analizante que sesiona con el analista, siempre será a posteriori los efectos del acto analítico y el analizante va interpretando su propio inconsciente que implica un tiempo lógico de comprensión. El acto artístico no cae en la lógica del instante de ver, el tiempo de comprender y el momento de concluir. Al artista no le interesa comprender su arte, eso es caer dentro de un discurso y de intentarlo lo desvirtúa. En el mejor de los casos, será una especulación que no incide en su producción.

El arte como tal es su propio manifiesto. Todos los intentos de domesticarlo por los poderes establecidos en cualquier época implican que se posee un terror al vacío, a lo real, de lo cual el ser hablante no puede escaparse por más que quiera. Es una paradoja, porque la dictadura sobre lo real provine del propio real. El arte ha perdurado en la historia de la humanidad porque es una invención del humano, del LOM, como decía Lacan. Más bien, el psicoanálisis es reciente, no se sabe si sobrevivirá, pero siempre ha sido una fuente indispensable para su episteme y práctica clínica, la producción artística en todos sus campos. Y no puede dejar de hacerlo porque hay también allí un saber hacer con el peso de la propia humanidad que es débil, incompleta, fallosa y agujereada.

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